Cuando
hablamos de la verdad (o una verdad) como ingrediente esencial en términos de
existencia humana (considerando que somos los únicos seres que la buscan y
sobre todo se preguntan por ella) nos adentramos al peligroso abismo donde
reina una espesa oscuridad de incertidumbre, porque como sabemos, diversas
instituciones “espirituales” afirman tenerlas o “haberlas encontrado” y de
hecho aseguran que es inmutable y absoluta; pero cuando sometemos esos “hechos”
a una severa crítica (entiéndase crítica como una especie de revisión exhaustiva
donde se pone a prueba los alcances o límites de una aseveración) nos encontramos con aforismos bastantes
interesantes.
Cuando
consultamos la obra de Edouard Schure titulada “Los Grandes Iniciados”, vemos
que:
La
Verdad era otra cosa muy distinta para los sabios y teósofos del
Oriente
y de Grecia. Ellos, sin duda, sabían que no se la puede abarcar ni
equilibrar
sin un sumario conocimiento del mundo físico; pero también sabían
que
reside ante todo en nosotros mismos, en los principios intelectuales y en la
vida
espiritual del alma. Para ellos el alma era la sola, la divina realidad y la
llave
del Universo. Reconcentrando su voluntad, desarrollando sus facultades
latentes,
alcanzaban el luminar vivo que llamaban Dios, cuya luz hace
comprender
a los hombres y a los seres. Para ellos lo que llamamos el
Progreso,
es decir, la historia del mundo y de los hombres, no era más que la
evolución
en el Tiempo y en el Espacio de esta Causa central y de este Fin
último.
— ¿Creéis que estos teósofos fueron puros contemplativos, soñadores
impotentes,
fakires subidos a sus columnas?. Error. El mundo no ha conocido
hombres
más grandes de acción, en el sentido más fecundo, el más
incalculable
de la palabra.
Todas
las grandes religiones tienen una historia exterior y otra interior;
la
una aparente, la otra secreta. Por historia exterior yo entiendo los dogmas y
mitos
enseñados públicamente en templos y escuelas, reconocidos en el culto
y
en las supersticiones populares. Por historia interna entiendo yo la ciencia
profunda,
la doctrina secreta, la acción oculta de los grandes iniciados,
profetas
o reformadores que han creado, sostenido, propagado esas mismas
religiones.
La primera, la historia oficial, la que se lee en todas las partes, tiene
lugar
a la luz del día; ella no es, sin embargo, menos oscura, embrollada,
contradictoria.
La segunda, que yo llamo la tradición esotérica o doctrina de
los
Misterios, es muy difícil de desentrañar. Porque ésta se prosigue en el
fondo
de los templos, en las cofradías secretas, y sus dramas se desenvuelven
por
entero en el alma de los grandes profetas, que no han confiado a ningún
pergamino
ni a ningún discípulo sus crisis supremas, sus éxtasis divinos. Hay
que
adivinarla. Pero una vez que se la ve, aparece luminosa, orgánica, siempre
en
armonía consigo misma. Se la podría llamar la historia de la religión eterna y
universal. En ella se muestra el porqué de las cosas, el emplazamiento de la
humana
conciencia, del que la historia no nos ofrece más que un reverso
laborioso.
Este punto corresponde a las verdades trascendentes. Allí encontramos la causa,
el origen y el fin del prodigioso trabajo de los siglos, la Providencia en
sus agentes
terrestres. (pp.11-12).
En este
sentido, los charlatanes no quieren que por ningún motivo se descubra una
verdad porque arruinaría sus artificios, impediría sus provechos y mostraría su
vergüenza. Los sabios por otro lado poseen la “verdad”; pero una verdad que
puede ser compleja, sencilla o simplemente ofrecen herramientas para caminar
por una senda segura hacia ella porque a fin y al cabo, absolutizar la verdad
es encerrarla en una caja, esto sin lugar a dudas marcaría el final; PERO, si
analizamos de cerca la Naturaleza (Physis) en parangón a la “verdad”, ésta no
tiene final, solo cambios, estados, entre otras cuestiones. ¿Podría ser de éste
el mecanismo de esa verdad tan ansiada por el ser humano? Pero, ¿De qué verdad
hablamos, considerando éste complejo y raro puzle de existencia, la verdad de
qué? ¿Hacia dónde vamos? ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos realmente? Porque hoy
día en una sociedad vulgarizada prácticamente se considera Verdad (en el
sentido estricto de la palabra) prácticamente cualquier aseveración, cualquier “algo”
o “cosa” por muy ridícula o descabellada que pueda ser, mientras te ofrezca
seguridad, acojo y aparente “razón” ya todo está dicho y nada más.
Sea lo que
sea, los sabios no han querido (indistintamente si tienen o no Verdad), a
través de los tiempos que se descubra, siempre la han tenido oculta por 4
razones:
1 1. Saben
que saber es Poder (recordemos lo estudiado en las 4 virtudes de la Esfinge) y quieren apartar los indignos de él, porque
el Saber en el indigno se vuelve malicioso y esto es un peligro para el público
por esto las reservas de conocimientos acumulados durante milenios como por
ejemplo en los templos de Egipto permanecían inaccesibles a quien no había
pasado por todos los grados, pruebas e iniciaciones debidas. (Con esto aprovecho
para hacer alusión a la gran obra de Plutarco “De Isis y Osiris – Los Misterios
de la Iniciación”, las obras de Jámblico, las traducciones de Terrason e inclusive la
obra de Manly Palmer Hall “Enseñanzas Secretas de Todos los Tiempos”; donde
cada autor de modo increíble convergen en un punto muy interesante y es que era
necesaria la iniciación para poder comprender los misterios y ser develado
cierto camino conducente hacia una “verdad”, pero solo quedará ahí, en donde el
sabio partió con sus secretos guardados en lo más profundo de su ser, en las
profundas parábolas casi inentendibles y en los muros degradados por el tiempo
de las antiguas escuelas iniciáticas, pues, hoy día todo es simplemente parte
de un show y teatro barato que nunca acaba).
2. Conocer
es una operación de vida y una manera de nacer. Los sabios consideran que
revelar conocimientos tan importantes conducentes a la “verdad” haría que ésta
en sí misma muriera; ellos aseguran esto porque parten de la premisa que al
abrir la semilla es quitarle la vida, al igual que abrir el conocimiento es
quitarle la esencia, debido a que al abrir la caja de pandora y traerlo a la
polis (sociedad) sería vulgarizado por indignos sin escrúpulo, respeto y
criterio.
3. Respeto
por la dignidad del conocimiento, ellos saben que ésta es la vía real que lleva
a un trascender real. Los seres vulgares desde que le pusieron la mano encima
(las instituciones), le han dado la vuelta utilizándola, se han servido de ella
en lugar de servirla.
4.Es
que aman la verdad y no hay amor sin pudor, es decir, sin velo de belleza, he
aquí porque no quieren descubrirla. Para quienes lo merecen, deben aprender los
tonos y claves de la música o en sus alegorías, fábulas; no explican el
encadenamiento mecánico de las apariencias, sino las afinidades secretas y
analogías de las potencias y virtudes.
Desde
siempre nos hemos preguntado qué pasaría si alguien (de los ámbitos comunes) la
“consiguiera” o simplemente ascendiera a un nivel intelectual y espiritual tan
elevado que se acercara a ella, pues, para ponerlo de modo muy sencillo,
simplemente nadie sería capaz de entenderlo y lo harían pasar hasta por loco o
loca; a fin y al cabo todo lo que sale de la esfera común de la sociedad es
catalogado como inadecuado, inverosímil o simplemente demente que no sabe lo
que dice; echemos un ojo a ciertos personajes en la historia de cómo esas
mentes brillantes para su época eran catalogados como “herejes” o “rebeldes locos
y locas” y resulta que fueron protagonistas de grandes re-evoluciones del
pensamiento en todos los ámbitos académicos existentes. No obstante, nada de lo
expuesto nos dice en resumidas cuentas ¿qué es la verdad? O de qué está constituida;
parece ser que la vía más segura a ella es y siempre será el conocimiento en su
más amplia expresión y concepto, además de su constante renovación.